UNIDAD EDUCATIVA PARTICULAR BILINGÜE
“MARIA MAGDALENA”
ESTUDIANTE: ESTEFANY JACOME
QUITO-ECUADOR
2010-2011
DEDICATORIA
Al culminar noveno año de educación básica, dedico con mucho amor a mis padres, ya que este trabajo refleja el
Esfuerzo y sacrificio que me han brindado en cada momento para ser de mí un ser humano digno con grandes valores.
Estefany Jácome
AGRADECIMIENTO
Agradesco a la UNIDAD EDUCATIVA PARTICULAR BILINGÜE “MARIA MAGDALENA “por su formacion integral;que me a brindado sus conocimientos, y que cada dia han hecho de mi una persona con grandes valores.
No podria faltar mis compañeros a quienes los llevo dentro de mi corazon con mucho cariño y amar, con quienes hemos compartido malos y buenos momentos .
Alos profesores que son su constante enseñanza a compañada de su etiqueta moral supieron espandir sus conocimientos hacia a mi.
Estefany Jacome
CAPITULO I
ARTE BARROCO DE QUITO
Los orígenes de la palabra barroco no están claros. Podría derivar del portugués
Baroco o del castellano barrueco, término que designa a un tipo de perlas de
Forma irregular. La palabra es un epíteto acuñado con posterioridad y con
Connotaciones negativas, que no define el estilo al que hace referencia. De
Cualquier modo, a finales del siglo XVIII el término barroco pasó a formar parte del
vocabulario de la crítica de arte como una etiqueta para definir el estilo artístico
del siglo XVII, que muchos críticos rechazaron después como demasiado
estrafalario y exótico para merecer un estudio serio. Escritores como el historiador
suizo Jakob Burckhardt, en el siglo XIX, lo consideraron el final decadente del
renacimiento; su alumno Heinrich Wölfflin, en Conceptos fundamentales para la
historia del arte (1915), fue el primero en señalar las diferencias fundamentales
entre el arte del siglo XVI y el del XVII, afirmando que “el barroco no es ni el
esplendor ni la decadencia del clasicismo, sino un arte totalmente diferente”.
El arte barroco engloba numerosas particularidades regionales. Podría parecer
confuso, por ejemplo, clasificar como barrocos a dos artistas tan diferentes como
Rembrandt y Gian Lorenzo Bernini; no obstante, y pese a las diferencias, su obra
tiene indudables elementos en común propios del barroco, como la preocupación
por el potencial dramático de la luz.
ANTECEDENTES HISTORICOS
La evolución del arte barroco, en todas sus formas, debe estudiarse dentro de su
contexto histórico. Desde el siglo XVI el conocimiento humano del mundo se
amplió constantemente, y muchos descubrimientos científicos influyeron en el arte;
las investigaciones que Galileo realizó sobre los planetas justifican la precisión
astronómica que presentan muchas pinturas de la época. Hacia 1530, el
astrónomo polaco Copérnico maduró su teoría sobre el movimiento de los
planetas alrededor del Sol, y no de la Tierra como hasta entonces se creía; su
obra, publicada en 1543, no fue completamente aceptada hasta después de 1600.
La demostración de que la Tierra no era el centro del Universo coincide, en el
arte, con el triunfo de la pintura de género paisajístico, desprovista de figuras
humanas. El activo comercio y colonización de América y otras zonas geográficas
por parte de los países europeos fomentó la descripción de numerosos lugares y
culturas exóticas, desconocidos hasta ese momento.
La religión determinó muchas de las características del arte barroco. La Iglesia
católica se convirtió en uno de los mecenas más influyentes, y la Contrarreforma,
lanzada a combatir la difusión del protestantismo, contribuyó a la formación de un
arte emocional, exaltado, dramático y naturalista, con un claro sentido de
propagación de la fe.
La austeridad propugnada por el protestantismo en lugares como Holanda y el
norte de Alemania explica la sencillez arquitectónica que caracteriza a esas
regiones.
Los acontecimientos políticos también tuvieron influencia en el mundo del arte. Las
monarquías absolutas de Francia y España promocionaron la creación de obras
que, con su grandiosidad y esplendor, reflejaran la majestad de Luis XIV y de la
casa de Austria, en especial de Felipe III y Felipe IV.
CARACTERISTICAS DEL ARTE BARROCO
Entre las características generales del arte barroco están su sentido del
movimiento, la energía y la tensión. Fuertes contrastes de luces y sombras realzan
los efectos escenográficos de muchos cuadros, esculturas y obras
arquitectónicas. Una intensa espiritualidad aparece con frecuencia en las escenas
de éxtasis, martirios y apariciones milagrosas. La insinuación de enormes
espacios es frecuente en la pintura y escultura barrocas; tanto en el renacimiento
como en el barroco, los pintores pretendieron siempre en sus obras la
representación correcta del espacio y la perspectiva. El naturalismo es otra
característica esencial del arte barroco; las figuras no se representan en los
cuadros como simples estereotipos sino de manera individualizada, con su
personalidad propia.
Los artistas buscaban la representación de los sentimientos interiores, las
pasiones y los temperamentos, magníficamente reflejados en los rostros de sus
personajes. La intensidad e inmediatez, el individualismo y el detalle del arte
barroco —manifestado en las representaciones realistas de la piel y las ropas—
hicieron de él uno de los estilos más arraigados del arte occidental.
PRIMER BARROCO
Las raíces del barroco se localizan en el arte italiano, especialmente en la Roma
de finales del siglo XVI. El deseo universalista inspiró a varios artistas en su
reacción contra el anticlasicismo manierista y su interés subjetivo por la distorsión,
la asimetría, las extrañas yuxtaposiciones y el intenso colorido. Los dos artistas
más destacados que encabezaron este primer barroco fueron Annibale Carracci y
Caravaggio. El arte de Caravaggio recibió influencias del naturalismo humanista
de Miguel Ángel y el pleno renacimiento. En sus cuadros aparecen a menudo
personajes reales, sacados de la vida diaria, ocupados en actividades cotidianas,
así como también apasionadas escenas de tema mitológico y religioso. La escuela
de Carracci, por el contrario, intentó liberar al arte de su amaneramiento
retornando a los principios de claridad, monumentalidad y equilibrio propios del
pleno renacimiento.
Este barroco clasicista tuvo una importante presencia a lo largo de todo el siglo
XVII. Un tercer barroco, denominado alto barroco o pleno barroco, apareció en
Roma en torno a 1630, y se considera el estilo más característico del siglo XVII
por su enérgico y exuberante dramatismo.
BARROCA LITERATURA
Como etapa preparatoria, que coincide cronológicamente con el renacimiento y el
barroco, debe tenerse en cuenta el manierismo. La palabra barroco tuvo
originalmente un sentido peyorativo, ligado con la extravagancia y la exageración,
que aún se mantiene en ciertos tópicos del lenguaje no especializado. Se dice
que el término deriva del portugués barroco (castellano barrueco), que significa
`perla irregular'. También suele relacionarse con baroco, nombre que recibe una
figura del silogismo. El barroco expresa la conciencia de una crisis, visible en los
agudos contrastes sociales, el hambre, la guerra, la miseria. Suele establecerse
una distinción entre el barroco de los países protestantes y el de los países
católicos (barroco de la Contrarreforma).
En el caso de España, aunque sin perder de vista el contexto europeo, José
Antonio Maravall ha enumerado una serie de asuntos y tópicos literarios que
definen una imagen del mundo y del hombre: la locura del mundo; la melancolía —
Anatomy of melancholy, de R. Burton, es de 1621— la sensación de inestabilidad
de los hombres y la fugacidad de las cosas; la revitalización del tópico del mundo
al revés y la figura del gracioso en el teatro español como uno de sus
representantes (“Soy el que dice al revés / todas las cosas que habla”, dice un
personaje de El mejor alcalde, el rey de Lope de Vega).
El mundo como laberinto, como gran plaza o mesón; la concordia de los opuestos
(nuestra vida se “concierta de desconciertos”, dice el conceptista español Baltasar
Gracián); el mundo como guerra y el hombre lobo del hombre.
Desde el punto de vista estético, sobresalen la búsqueda de la novedad y de la
sorpresa; el gusto por la dificultad, vinculada con la idea de que si nada es estable,
todo debe ser descifrado; la tendencia al artificio y al ingenio; la noción de que en
lo inacabado reside el supremo ideal de una obra artística. La búsqueda de la
novedad y de lo extraño explica la admiración del barroco por pintores flamencos
como El Bosco, Arcimboldo y Brueghel el Viejo: así lo demuestran, entre otros
textos, los Sueños del escritor español Francisco de Quevedo.
Entre los autores del barroco hispanoamericano, destacaron (el Inca) Garcilaso de
la Vega (1539-1616) en Perú; Sor Juana Inés de la Cruz, sobre todo por su
Primero Sueño (de clara influencia gongorina por su audacia formal) y El divino
Narciso (cuyo antecedente es Eco y Narciso, del dramaturgo español Pedro
Calderón de la Barca), y Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, autor de una Historia
chichimeca y traductor de poesía náhuatl en México; Martín del Barco Centenera
(La Argentina y Conquista del Río de la Plata).
Extremeño que vivió más de veinte años en América; Pedro de Oña y Arauco
domado en Chile; el canario Silvestre de Balboa y Espejo de paciencia en Cuba, y
Hernando Domínguez Camargo, a quien el poeta Gerardo Diego cita en su
Antología poética en honor de Góngora, y que vivió en Colombia.
Quito, utopía barroca Hace 25 años, la capital de Ecuador fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Se convertía así en la primera urbe del continente y la primera del mundo, junto a Cracovia. “Descubrir el Arte”, en colaboración con la UNESCO, inicia en Quito una serie, de periodicidad trimestral, por las ciudades que conservan la memoria de la Humanidad. |
Desde entonces, la lista se ha ido ampliando año tras año hasta llegar a Úbeda y Baeza, las últimas en conseguir este ambicionado nombramiento. Formar parte de este selecto grupo es mucho más que un honor y un reconocimiento del acervo cultural de una ciudad. Es también, y sobre todo, un compromiso de respeto de cara al futuro. En este sentido, Quito representa como pocas ciudades del mundo este doble aspecto. No sólo puede presumir de su espléndido patrimonio artístico barroco sino que, a lo largo de estos veinticinco años, ha sido capaz de respetarlo, restaurarlo y potenciarlo, incluso en medio de una grave crisis económica. Por todo ello, Quito y su esplendor barroco bien merecen encabezar este recorrido por las Capitales Patrimonio de la Humanidad que “Descubrir el Arte”, en colaboración con la UNESCO, inicia a partir de este número por las ciudades que conservan la memoria de la Humanidad. En septiembre, Jorge Salvador Lara, Cronista de la Ciudad de Quito, recorre la singular historia de la ciudad ecuatoriana, en la que se produjo el primer pronunciamiento libertador para deponer la dominación española. Miguel A. Castillo y Alfredo J. Morales, catedráticos de Historia del Arte en la Universidad Complutense y la Universidad de Sevilla, respectivamente, visitan sus fabulosos edificios civiles y religiosos con sabor colonial. Susana V. Webster, profesora de Historia del Arte de la University of St. Thomas Minnesota (EEUU), explica el colorido, la elegancia y la espiritualidad de la escultura quiteña, única en el mundo. Pilar Ortega Bargueño, periodista, informa de los resultados obtenidos por el programa de restauración de monumentos impulsado por España en el extranjero. Carlos Pallarés Sevilla, arquitecto y director ejecutivo del Fondo de Salvamento del Patrimonio Cultural (FONSAL) enuncia las acciones desarrolladas por el FONSAL en los tres últimos lustros. Y Gustavo López Ospina, director de la Oficina Regional de Comunicación e Información de la UNESCO para América Latina y El Caribe y representante para Ecuador, Colombia y Venezuela, relata cómo conviven realidad y ficción en la ciudad del planeta más cercana al sol. Sus artículos conforman un extraordinario Dossier, ilustrado con los monumentos, tallas, cerámicas y lienzos más representativos del arte ecuatoriano. Libro sobre arte colonial quiteño coordinado por la Dra. Alexandra Kennedy Troya, una de las principales Especialistas en arte colonial y decimonónico de América Latina. Esta obra recoge una serie de propuestas para comprender de forma más integral y creativa la historia del arte colonial de un país que, a pesar de la gran riqueza de sus manifestaciones arquitectónicas, urbanísticas y artísticas, no ha contado hasta ahora con una publicación rigurosa y ampliamente documentada destinada a todos los países de habla hispana. El barroco fue un estilo internacional que surgió en Europa y se extendió a Iberoamérica. En la Real Audiencia de Quito, y en particular en la ciudad de Quito, se desarrolló un arte y una arquitectura muy particulares y claramente identificables, lo que dio lugar a uno de los focos artísticos regionales más importantes del mundo colonial americano, al mismo nivel que México, Antigua, Cuzco o Potosí. Este libro nos presenta el Barroco y el periodo ilustrado ecuatorianos como una expresión particular de la sociedad colonial de los imperios español y portugués . Aunque las fórmulas pictóricas, escultóricas y espaciales que adoptaron eran en su origen europeas, al transplantarlas a suelo ecuatoriano se transformaron en sus proporciones y en su sentido de la decoración, incorporando nuevas realidades y respuestas de los indígenas, los nuevos mestizos, los criollos y los españoles que se encontraban de paso. Así, las páginas de este libro ponen de manifiesto que el carácter ecuatoriano de este arte no reside en las formas mismas, sino en cómo éstas fueron interpretadas por dicha población. Una de las mayores contribuciones de este volumen es la reconstrucción articulada del tejido que conecta el arte y la sociedad ecuatorianas, presentando la producción artística quiteña entre 1650 y 1850 desde un punto de vista social, religioso y estilístico. El volumen, redactado con un estilo asequible para el público general, y profusamente ilustrado con mapas, planos y fotografías en color de Cristoph Hirtz y Alfonso Ortiz, recoge, con un importante aparato científico de notas y una rica bibliografía, las investigaciones que sobre arte ecuatoriano y latinoamericano han realizado tanto investigadores ecuatorianos como extranjeros a lo largo de la última década, lo que sin duda lo convertirá en un texto de obligada referencia. Este volumen trata de las manifestaciones artísticas del estilo barroco, que se desplegaron en las tierras de Castilla y León en el transcurso del siglo XVII y buena parte del XVIII. Esa larga duración del barroco dio lugar a la aparición de importantes cambios, lo que explica que se estudien separadamente la arquitectura y el urbanismo de los siglos XVII y XVIII. Capítulo fundamental es el relativo a la escultura barroca, que alcanzó un esplendor inusitado en Castilla y León. El siguiente capítulo analiza la evolución de la pintura, concluyendo el libro con el estudio de la platería, los vidrios y la rejería. El volumen está ilustrado con una gran selección de magníficas fotografías en color y contiene numerosos planos y alzados de los monumentos. Antonio Casa seca ; Jesús Urrea ; Juan José Martín González. BARROCO Prefacio 15 Eugenio d'Ors , neoplatónico , Neobarroco JAVIER PÉREZ BAZO 59 berruecos , barroco , Cesar Oudin EUGENIO DORS 95 barroco , Pontigny , manuelino ALICIA RELINQUE 113 dinastía Tang , Zhuang zi , Lao Zi ALFONSO PALERO 139 Japón , budismo , Meiji PATRICIA CAÑIZARES 171 manierismo , Cicerón , Calimaco LUIS F BERNABÉ 197 al-Mu'tazz , islámica , madhhab JUANVICTORIO 217 barocca , Siglo de Oro , Rodrigo de Cota VIRGINIA TOVAR 251 arquitectura barroca , teratología , George Arnaud SEVERO SARDUY 279 elipse , Barroco , anamorfosis JAVIER PORTÚS 299 Caravaggio , Claudio de Lorena , Rubens MARÍA DOLORES ABASCA 349 Barroco , siglos XVI , Quintiliano CENARA PULIDO 377 culteranismo , Quevedo , retórica JAVIER ARIAS NAVARRO 447 pentámetro yámbico , fonológico , moraico JAVIER GARCÍA GIBERT 483 catolicismo , Baltasar Gracián , teológico JESÚS G MAESTRO 521 Shylock , Harold Bloom , mimesis ANTONIO RIVERA 567 Gabriel Naudé , Maquiavelo , Hugo Grocio ANTONIO CARREIRA 597 Góngora , Felipe III , códices JUAN MANUEL VILLANUEVA 619 teología , Melchor Cano , Escuela de Salamanca LORETO BUSQUÉIS 637 Semíramis , bivio , príncipe constante MANFRE BARROCO Hágase la luz Los movimientos y géneros más importantes de la historia del arte El Barroco en pintura y escultura, comprendido entre finales del siglo XVI y principios del XVII y desarrollado entre el Manierismo y el Rococó, se caracterizó por la riqueza, el drama y la grandeza. De un estilo complejo pero intensamente atractivo, el arte barroco combina normalmente dramáticos efectos de luz y composiciones teatrales con gran movimiento y energía. Caravaggio, Annibale Carracci, Rembrandt y Rubens se encuentran entre los artistas que se suelen asociar al movimiento barroco. Artistas incluidos: Francesco Albani, Caravaggio, Valentin de Boulogne, Jan Breughel the Elder, Annibale Carracci, Anthonis van Dyck, Adam Elsheimer, Georg Flegel, Luca Giordano, Guercino, Frans Hals, Pieter de Hooch, Jacob Jordaens, Willem Kalf, Giovanni Lanfranco, Charles Le Brun, Johann Liss, Claude Lorrain, Batolomé Esteban Murillo, Nicolas Poussin, Mattia Preti, Rembrandt, Guido Reni, Jusepe de Ribera, Hyacinthe Rigaud, Peter Paul Rubens, Jan Stehen, Hendrick Terbrugghen, Georges de la Tour, Diego Velázquez, Willem van der Velde the Younger, Jan Vermeer, Simon Vouet, Francisco de Zubarán DATOS DEL AUTOR: Sobre los autores: Hermann Bauer obtuvo su doctorado en 1955 con una tesis sobre la rocalla. Ha enseñado historia del arte en la Universidad de Salzburgo y en la Universidad de Munich y ha publicado numerosas obras sobre el arte europeo de los siglos XVI y XVII. Andreas Prater obtuvo su doctorado en 1974 en la Universidad de Salzburgo con un trabajo sobre la Capilla Medicea de Miguel Ángel. Desde 1994, Prater ha sido profesor de historia del arte en la Universidad de Friburgo. Sobre la editora / el editor: Ingo F. Walther (1940-2007) estudió Literatura e Historia del Arte en Fráncfort del Meno y Múnich. Escribió y editó numerosos estudios sobre el arte de la Edad Media y de los siglos XIX y XX, entre los cuales se encuentran Picasso, Arte del siglo XX y Codices Illustres - Obras maestras de la iluminación publicados por TASCHEN. Una visión general y detallada del periodo barroco, en los territorios europeo y americano. Tras una aproximación preliminar al concepto y conceptos de barroco, el libro estudia las obras y los temas distribuidos en grandes áreas geográficas, comenzando por el gran arte del barroco italiano y continuando por los países germánicos y de Europa central, los países de la Europa oriental y nórdica, la singularidad y peculiaridades francesas, las artes del barroco en Portugal y Brasil, y los casos de España y la América española durante los siglos XVII y XVIII. Las especiales característica de la colección, la calidad científica del texto y la abundancia de la documentación gráfica ofrecida, que incluye multitud de ilustraciones en color y blanco y negro y un extenso apéndice de más de cien páginas reservado al análisis en fichas (con plantas, alzados y secciones anejas) monumento por monumento, constituye en conjunto una obra imprescindible. Se publica en este volumen una selección de trabajos representativos de la obra de Domingo Ynduráin, uno de los filólogos más sobresalientes del hispanismo actual. La originalidad de su pensamiento —en el que se aúnan libertad intelectual, apasionamiento y rigor— destaca en todos los ámbitos de la Literatura Española a los que ha dedicado atención. Entre sus publicaciones, todas valiosas, se editan ahora trece artículos en los que, a lo largo de casi cuarenta años, aborda el análisis de obras y de autores de los Siglos de Oro, comprendidos desde finales del siglo xv hasta el siglo XVII; grandes clásicos unas veces, otras, panoramas esenciales y poco transitados en la historia literaria y de los géneros; todos entrañan, en opinión de los editores, una caracterización innovadora de la cultura clásica. Esta reducida muestra de sus publicaciones facilitará su consulta para quienes las conocen y abrirá —con seguridad— nuevos horizontes a quienes se inician en el mundo de la filología. "Los caminos del nuevo mundo", así define el fotógrafo Ferrante Ferranti a su exposición que se inaugura hoy, en la Sala V del Centro Cultural Metropolitano. Los trabajos del artista configuran un viaje desde el barroco europeo del siglo XV hasta el barroco sincrético suscitado en el nuevo mundo a partir de la colonización. Ferranti asegura que este estilo, además de presentar un valor estético muy bello, está nutrido de literatura y una amplia dimensión histórica. "El espectador puede leer la colonización mediante el arte barroco, que se dibuja entre la majestuosidad de las iglesias que aún se conservan y la sencillez de los pueblos indígenas", explica. Según Ferranti, lo más importante es mostrar al público ese sincretismo latente en los pueblos latinoamericanos, que se configura entre las creencias cristianas y la ritualidad indígena. "Más allá de mostrar esa línea que separa la naturaleza pura que encontraron los españoles y la civilización impuesta por el poder político y religioso de aquella época, quiero graficar la riqueza de ese encuentro de culturas", asegura. Para Ferranti, los personajes de cada fotografía son protagónicos, tanto las enormes construcciones eclesiásticas, que caracterizan a la cultura alienante, como el indígena, que se muestra pequeño y sencillo, pero, según el artista, libre. "Es interesante mostrar esa dualidad, porque así el espectador puede buscar en su imaginario una lectura y una historia propia, de acuerdo a su contexto", explica. El fotógrafo, al ser ajeno a esta realidad narrada, presenta una visión un tanto más objetiva. Ahora Ferranti busca fotografiar el arte barroco ecuatoriano de sus iglesias y conventos, que le permitirán contar historias a otros pueblos. (DS) ¿Qué es el barroco? El barroco es un estilo y movimiento cultural que surgió en Italia a principios del siglo XV y se extendió por toda Europa. Se caracteriza por ser un arte elaborado, matizado con formas y abundantes adornos. Este estilo se extendió en la literatura, escultura, pintura, arquitectura, danza y música. Quito colonialLa capital de Ecuador atesora el casco histórico de mayor extensión y antigüedad de Latinoamérica. Su centro colonial, el mejor conservado de la región, está declarado Patrimonio Cultural de la Humanidad desde 1978 por su gran belleza y valor. Situado en la mitad del mundo junto a esa línea imaginaria que divide los dos hemisferios del planeta, y rodeado por impresionantes cadenas montañosas, Quito disfruta de una bien llamada “eterna primavera”. Cinco siglos en busca de la belleza es lo que acaudala el centro colonial de Quito, señorial ciudad concebida como la sistemática urbe española de fines del siglo XV, de matriz cuadricular alrededor de una plaza central flanqueada por los edificios más sobresalientes. La singularidad radica en el esfuerzo que se requirió para aplicar el clásico diseño a una geografía disparatada, encajonada en un angosto valle subtropical entre pliegues andinos. Los volcanes Pichincha, Cotopaxi, Antisana y Cayambe rodean con su abrazo una franja estrecha y complicada para cualquier arquitecto , lo cual motivó que en Quito se emplearan nociones constructiva s desconocidas por aquel entonces, amalgamando sistemas indígenas con técnicas que hubo que idear sobre la marcha. Inaccesible y estratégico, el emplazamiento, habitado por diversos señoríos étnicos, fue seleccionado por Huaina Cápac, célebre príncipe inca, como segunda metrópoli de su floreciente imperio, aunque tardaría doce años de renovadas embestidas hasta conquistar el resistente reino de Quito. Sin embargo, el avance de los colonizadores, comandados por Francisco Pizarro, pronto arrasó los sueños incas –el efímero Quito incaico duró medio siglo–, provocando la ira y la rabia del cacique Rumiñahui (“Cara de Piedra”), quien no dudó en sacrificar la urbe al fuego antes que verla mancillada por la pisada del conquistador. Sobre los escombros se fundó el 6 de diciembre de 1534 la Villa de San Francisco de Quito, como principal núcleo receptor de un flamante arte de fusión que fundiría lo mejor del estilo barroco europeo con la creatividad de los herederos de los Hijos del Sol. Sobre las faldas del Pichincha, las calles trepan o se hunden por las quebradas, ocupan laderas, o sortean colinas, a 2.800 metros de altura sobre el nivel del mar, en el puesto de segunda capital más alta del mundo –después de La Paz– y bajo un azul intenso, sereno y limpio, que por aquí llaman azul quiteño. Tal vez sea porque el viento susurrante que viene de los cerros limpia el aire otorgándole una clari- dad especial, una pureza incomparable; o tal vez se deba a la peculiaridad de su latitud cero, que hace que Yavirac, el dios sol de los incas, se desplome inmisericorde a mediodía en esta ciudad de altura encerrada entre montañas donde dicen que tocar el cielo es posible, y que las cuatro estaciones se suceden a lo largo de un solo día. ¿Será por el frío casi invernal de las noches, el otoñal frescor matutino, el implacable verano del mediodía, la primavera perpetua de entre medias, y los aguaceros que de pronto rompen al atardecer, todo lo cual suma una media anual de 18 grados centígrados? Quién sabe a qué se refieren con eso de las cuatro estaciones en un solo día, pero lo que es evidente es que su peculiar latitud le confiere un clima especial. No en vano tomó el país el nombre de la invisible línea geográfica que lo atraviesa, otorgando a los días y a las noches una alternancia pareja con puntuales amaneceres y atardeceres que invariablemente marcan las seis en el cuadrante a lo largo de todo el año. El alba clarea todos los días a las seis de la mañana, y todos los días, a la seis de la tarde, comienzan a ensombrecerse los cielos. El nombre de Ecuador fue asignado en 1830 cuando la Gran Colombia se desintegró en tres pedazos que se constituyeron como repúblicas separadas. Anteriormente, a principios de la colonia, el país de Quito era una Gobernación bajo el Virreinato de Nueva Castilla (Perú). Para intentar comprender esta ciudad de extremos, conviene subir a uno de sus lugares más tradicionales: el Cerro del Panecillo, mirador a 3.000 metros de altitud desde donde se contempla, inmensa y complicada, la extensión capitalina, con su casco antiguo agazapado bajo sus tejas coloradas entre esta loma y el parque de La Alameda, y rodeado por un interminable dédalo de barrios nuevos surcados por anchas avenidas. El cerro marca el límite con la zona sur, más empobrecida, en contraste con el pujante norte desarrollado a toda velocidad con anhelos modernistas. “Panecillo” fue el apodo que le dieron los españoles a la céntrica colina, inspirados en su forma de masa de harina cocida, pero antiguamente se conoció como Shungoloma, palabra quechua que significa “loma del corazón”. Antaño, la cúspide acogió un templo de culto a Yavirac y hoy sostiene uno de los emblemas más queridos por los quiteños: una réplica de grandes dimensiones –construida en aluminio–, de su enigmática Virgen Alada, también bautizada como Virgen de Quito o Virgen de Las Américas. La original, de sólo 30 centímetros, se halla desde el siglo XVIII en el interior de la iglesia de San Francisco. Una vez que se ha tocado el cielo desde Shungoloma hay que volver a bajar a zambullirse en la cuadrícula colonial en busca de sus tesoros escondidos, tratando de captar el espíritu de esa fecunda simbiosis mitad indígena, mitad hispana que fue fruto de una época ansiosa de arte, y que supo ensamblar lo mejor de cada cultura. Hay que patear las calles empinadas entre nubes de campanarios y cúpulas, admirar el noble plante de sus casonas embalconadas, y detenerse ante las barrocas fachadas encaladas; pero sobre todo hay que adentrarse en ese rosario de iglesias y conventos con altares ahumados por 400 años de velas prendidas, y dejarse cautivar por su misticismo. El gran cúmulo cultural y la abundancia del legado artístico le han valido sucesivos calificativos al Quito colonial designado unas veces como Ciudad Convento o Claustro de América , y otras como Relicario de Arte en América. La tarea constructiva había sido iniciada con pasión febril en un afán por instaurar una floreciente vida en estas regiones. Los viejos monasterios abrieron por primera vez al público sus claustros y sus museos en diciembre de 1934 con la celebración del cuarto centenario de la fundación de la ciudad. En sus entrañas resplandece atesorado un arte peculiar y de gran personalidad, estimulado por las riquezas que producían las explotaciones mineras de la zona y el aprovechamiento de la tradicional artesanía textil. La magnitud con que se expresó tan singular talante y las estilizadas recargas barrocas que fue adquiriendo le valieron el nombre propio de Escuela Quiteña, un movimiento artístico que se situó entre los mejores del continente. Por aquel entonces se produjeron grandes obras de pintura y escultura, muchas anónimas y gran parte de ellas firmadas por indios y mestizos. Las iglesias y conventos se ornamentaron exquisitamente con profusión de columnas, pinturas y tallas, y enormes cantidades de oro para realzar un sorprendente mundo de fantásticos interiores en los que se arremolinaban los misterios de ambos credos. Las leyendas quiteñas evocan curiosos episodios, como el de ese tallador indígena que mientras se descolgaba por entre los andamios de la iglesia de la Compañía de Jesús se transformó en un reconocido artista capaz de cautivar a la misma Madre Patria, o el de ese otro indio que tras pactar con Satanás para concluir el atrio de la iglesia de San Francisco, consiguió recuperar el alma gracias a la agudeza visual con que se percató de que, finalizado el plazo fijado, había quedado una piedra sin poner. No es de extrañar que no pudiera él solo con la obra encomendada ya que el conjunto arquitectónico ocupa tres kilómetros cuadrados de superficie, razón por la cual ha sido considerado como El Escorial de los Andes . Edificado en 1534, sobre cimientos de un palacio inca, está catalogado como el más antiguo del continente; en su interior, bañado de reflejos áureos y decorado con 104 columnas dóricas, las representaciones del dios inca Inti conviven con afamadas esculturas policromadas y la única virgen alada del mundo, figura casi mitológica con un extraño dragón a sus pies. Por su parte, la iglesia de la Compañía de Jesús –llamada La Compañía – empleó para su decoración más de siete toneladas de pan de oro y fueron necesarios 163 años para terminarla. El bordado en piedra de su fachada, de estilo barroco con influencia morisca, fue esculpido por indígenas. Impresionantes también resultan las cúpulas del convento de Santo Domingo, así como sus tallas doradas sobre un fondo rojo. Al de San Agustín lo llaman El Convento de Oro debido a su recargado ornato, mientras que la basílica de la Merced conserva en su claustro una fuente con un Neptuno entre delfines. Callejeando en busca del centro de la ciudad de Quito, tampoco hay que perderse un recorrido por La Ronda –anteriormente denominada calle Morales y hoy calle 24 de Mayo–, la más pintoresca y colonial de todas, adoquinada, con sus casitas blancas de techos rojos, sus balcones y faroles. En la Plaza Grande –también llamada de la Independencia–, que sigue representando el corazón neurálgico de la capital ecuatoriana como en tiempos de la colonia, confluyen el Palacio de Gobierno, de estilo neoclásico con piedras incas en su base y custodiado por guardias con uniforme de gala, el Palacio Arzobispal de piedra ladrillo y madera con sus características arcadas o portales, el Palacio Municipal, la iglesia del Sagrario, y la Catedral metropolitana de 1565, con su espectacular fachada mitad de piedra, mitad encalada. De grandes proporciones y muy espaciosa, esta plaza favorece un distendido bullicio de paseantes y tertulianos acomodados en los bancos públicos, con bandadas de niños limpiabotas en busca de unos zapatos que lustrar. Al fondo del decorado centellean unas mágicas montañas de nieves perpetuas, como si quisieran preservar y proteger las bellezas arquitectónicas de esta ciudad donde convivieron estrechamente el Viejo y el Nuevo Mundo, intercambiando saberes para lograr unas creaciones humanas que han sido capaces de resistir los avatares del tiempo, la historia y los terremotos. Quito es una de esas ciudades que pueden hechizar y conquistar el errante corazón del viajero en busca de visiones para la memoria de su retina, pero también es un laberinto de sensaciones donde cada cual debe encontrar su rincón favorito. |